Una segunda oportunidad
Por
Luciana Sosa.- En el Centro Integrador Comunitario de La Cerámica, 27 mujeres y un
hombre se esfuerzan por terminar la escuela. Unas para ayudar a sus hijos,
otras para conseguir un trabajo mejor y otras para seguir estudiando, sus
historias tejen un anhelo común.
29
jul, 2012
“Se trata de buscar espacios para acercar a las personas que en su
momento no pudieron estudiar y hoy decidieron hacerlo”, explica Ariel Torres,
director de lo que llama “un dispositivo del Ministerio de Educación” pensado y
montado precisamente para incluir en el circuito educativo a quienes buscan
concluir sus estudios. Para ello, el barrio La Cerámica tiene su aula radial,
un circuito lectivo que cuenta con 24 alumnos adultos que buscan terminar sus
estudios y postularse para un trabajo. Las clases se dictan en el aula
multigrado en uno de los espacios del Centro Integrador Comunitario (CIC) de
calle Molina 2850.
Torres explica a El Ciudadano que el proyecto que el grupo de alumnos
está compuesto por 28 personas, con la singularidad de que entre ellas hay un
solo varón. “La gran cantidad de mujeres se debe a varias cuestiones: por un
lado que han sido madres desde jóvenes y no pudieron terminar sus estudios; o
que ahora pueden hacerse un tiempo y asistir a clases”.
“Convengamos que la seguridad juega un papel importante en la
designación del horario”, razona el director, quien destaca que “algunas
alumnas dejaron sus estudios al quedar embarazadas, y hoy, con sus hijos un
poco crecidos, lo intentan nuevamente con el objetivo de tener una mejor
calidad de vida y poder insertarse en el ámbito laboral”.
En ese marco, el carácter multigrado del salón de estudios consiste en
tener tres mesas, cada una con sus respectivos pizarrones. Una pertenece a un
nivel primario (de primero a tercero); otra de cuarto a quinto, y la tercera de
sexto a séptimo. En tanto, el término “radial”, se debe a que el ciclo se
brinda fuera de la estructura convencional educativa: en este caso el aula está
en un centro comunitario.
Otra
oportunidad
“En muchas familias, al ser humildes y numerosas, los hijos mayores
debieron salir a trabajar para ayudar en la economía del hogar”, agrega a su
vez la docente del aula multigrado María Selene Paganini. La educadora suma a
esa ecuación un nuevo problema, que está afectando a quienes debieron trocar
trabajo por estudio. “Saben que en cualquier lado le piden el certificado de la
primaria completa, y se han encontrado con ese freno para poder trabajar. Es
más, hoy tienen a sus hijos adolescentes y éstos les piden ayuda para estudiar
y no pueden colaborar porque no saben de qué les están hablando”, compartió
Paganini.
A su vez, la docente manifestó sentirse “fantástica” frente al grupo de
alumnos adultos. Durante la mañana Paganini brinda clases a la primaria convencional,
y da cuenta de la diferencia con los adultos de la tarde: “Porque ellos tienen
muchísimas ganas. Si bien muchas de las mujeres vienen y nos cuentan que
tuvieron un día terrible con sus hijos y las cosas de la casa, y que se
atrasaron para preparar la comida, manifiestan mucho interés por aprender. Es
su hora del día, es un compromiso, su gusto. Y para mí es un placer trabajar
con ellos”, se entusiasma.
Y también insiste en que cada uno de los 28 alumnos registrados asiste a
clases por un logro personal.
Remontando
vida
Gladys tiene 46 años y se animó a concretar su materia pendiente. “Me
gusta estudiar. Tuve que dejar de hacerlo en sexto grado, porque tenía que
trabajar para ayudar a mi familia. Y ahora tengo una nueva oportunidad”, se
entusiasma. La mujer vive en el barrio La Cerámica y asiste a clases junto a su
esposo: “Mis chicos están grandes, me levanto temprano, hago las cosas de la
casa y después vengo a clases. En algún momento retomé en la nocturna, en el
barrio, pero no pude seguir: mis hijos me necesitaban en casa a esa hora”,
cuenta.
A Gladys le interesa poder trabajar “con chicos especiales, o con
abuelos”, alguna vez. “Sé que desde el municipio, haciendo un curso de tres
años y, al finalizarlo, te podés presentar y postularte para trabajar. Pero sin
la primaria completa no hacés nada. Ahora puedo trabajar porque mis chicos
están grandes”, se esperanza.
Pablo, de 43, es el marido de Gladys. Poco tiempo atrás sufrió un
accidente laboral que le provocó una fractura de tibia y peroné, y mientras
hace rehabilitación en el Centro Integrador, retomó sus estudios, en buena
medida convencido por su esposa. “Tengo que terminarlos, de chico no pude
porque empecé a trabajar y ahora quedo colgado cuando mis hijos me piden que
los ayude con la tarea del colegio. Me gusta porque aprendo, y cuando podemos
estudio junto a mi esposa”, relató.
Llegando
a tiempo
La docente Paganini recordó que la idea inicial era comenzar las clases
como toda escuela, pero la burocracia se tomó su tiempo y recién pudieron abrir
los cuadernos el 4 de junio. Asimismo, se había realizado un censo, casa por
casa, relevando potenciales alumnos, y muchos se mostraron a gusto con la idea.
Es más, los del ciclo inicial aprendieron a leer y escribir con el programa de
origen cubano “Yo sí puedo”.
Aunque frente al CIC existe una nocturna, que se da en la escuela Nª
1315, “las clases se dictan de 18 a 22, un horario en el que muchos no quieren
ni pueden salir de su casa, sobre todo por cuestiones de seguridad”, confiaron
la docente y sus alumnos, que, en cambio, cursan de lunes a viernes de 14 a
16.20.
El horario le sirvió también a Yanina, de 29 años, quien confiesa haber
sido seducida por la idea cuando acompañó a una amiga a anotarse. Ella cursó
sólo hasta sexto grado, pero ahora tiene mucho interés en poder ayudar a sus
ocho hijos. “Y conseguir un buen trabajo”, agrega.
Por su parte, Mónica, de 41, recordó haber salido a trabajar en medio de
una familia de nueve hermanos. “Trabajé hasta que cumplí los 18. En ese año me
junté con mi marido, tuve a mi hija y me dediqué a la casa hasta hoy. Tengo una
nena de 23 y otra de 20 que ya están casadas, y ahora tengo tiempo para mí”,
cuenta. Ella también tiene ansiedad de seguir con los estudios secundarios, y
su voz se quebró al mencionar que se sentía “mal, discriminada, hasta
incompleta”, cuando en una entrevista laboral le preguntaron por sus estudios.
En tanto, María (28) recordó que a los 11 años decidió dejar séptimo
grado a mitad de año. “Uno por la rebeldía de esa edad, y porque no tenía nadie
que me dijera qué debía hacer. Me sentía una viva bárbara y decidí no estudiar
más. Obviamente, no me gustaba a esa edad, aparte vivía sola, porque mis
hermanos eran más grandes y se fueron a vivir con sus parejas, y mi madre vivía
con su novio. Ya a los trece conocí a mi marido y a las 14 tuve mi primer hijo.
Después, cuando uno tiene un cambio de mentalidad (y cuatro hijos), se da
cuenta de que quiere un buen futuro para ellos, librarlos de quemar etapas, y
de muchas cosas que le hacen mal. Yo no viví ninguna de las etapas de una vida
normal, y ahora sé que cometí un error, pero no quiero que mis hijos hagan lo
mismo. Les digo siempre que busquen su futuro, que tengan proyectos, que
expresen qué quieren hacer, que estudien. Me hubiera gustado tener a mi madre
presente, yo ahora lo soy, me hago tiempo para todo. Además, quiero recibirme y
estudiar el secundario, mi sueño es trabajar como asistente social, y si no
sigo mis metas, no puedo enseñarle eso a mis hijos para que lo hagan”, relata.
El grupo de alumnos también ha preparado algunos proyectos, entre ellos
un té desfile y actividades para el Día del Niño con el fin de juntar fondos y
colaborar con la escuela de la zona, la Nº 1315.
Actualmente el CIC cuenta con una biblioteca gracias a las donaciones de
los vecinos y está a la espera de más alumnos. Quienes quieran retomar sus
estudios, pueden inscribirse en el CIC, con fotocopia de su DNI.